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Cómo me metí en esto
Descubrí la música allá en la adolescencia temprana con mis amigos de séptimo de la E. G. B. Considerémoslo una consecuencia complementaria de los rituales iniciáticos propios de las tribus urbanas del cinturón industrial de Madrid, hablo del Getafe de los años 70. No solo allí, también se hizo la luz en los campamentos de los «scouts», en los que no podían faltar guitarras y flautas dulces doquiera que mirases. En uno de aquellos retiros al bosque descubrí las canciones de Silvio Rodríguez e inmediatamente caí preso de una músico-dependencia que me acompañará toda la vida, pues necesito reproducir aquellas melodías, tocar aquellos acordes con la guitarra y, de vez en cuando, declamar aquellas poesías tremendas y crípticas.
En fin… eso me mantuvo ocupado algunos años mientras estudiaba el B.U.P. hasta que, en un concierto de música celta en Ortigueira, vi a un tipo en un escenario con una especie de raya de luz que sonaba francamente bien, y mi músico-dependencia se incrementó añadiendo el estudio de la flauta travesera a las tareas cotidianas.
Andando el camino, todo empezó a girar en torno a la música: conseguí dar clases de guitarra con lo que había aprendido, y a la par que hacía de camarero los fines de semana, empecé a estudiar flauta con Pepe Sotorres. Este encuentro fue crucial para que la adicción alcanzara limites delirantes, y estudié todas las mañanas, horas y más horas, hasta que conseguí la titulación de profesor superior de flauta travesera, que me permitió trabajar en el conservatorio de Madrid, el de Móstoles, el de Montijo y no pocas escuelas de música de la provincia de Madrid.
El mundo de la música clásica me absorbió e hizo que temporalmente olvidara a John Renbourn, a Güendal, o a Steve Kujala. Pero me abrió las puertas a Bach, a Poulenc o a Fauré, y sucedió que las fronteras estéticas se desdibujaron y perdieron importancia como elementos para encasillar la creación musical. Ese estado me sigue acompañando hoy en día y me permite disfrutar de un réquiem y de una balada de rock por igual, sin que los prejuicios oculten las posibilidades de conmover que hay en una buena composición, sea del planeta que sea.
Disfruté y aprendí mucho haciendo música contemporánea con mi maestro y amigo Salvador Espasa y la Orquesta de Flautas de Madrid, participando en el estreno de obras de compositores españoles o revisando el barroco a la luz y la sonoridad de una agrupación tan peculiar con lo es la orquesta de flautas. Aún nos vemos de vez en cuando y me sigue asombrando lo que sabe y como lo cuenta, y a los dictados de su batuta crezco (el último fue en una convención de la Asociación de Flautistas de España ).
He tocado en algunos lugares de esos que consideramos templos, siempre con buenas compañías, y guardo agradecimientos especiales a Eduardo Pausa o a Amancio Prada, y en especial a mi amigo y compañero de tablas José Miguel Molina con su proyecto de “El mundo de Través”, que me permitió conocer muchos escenarios de la geografía española y participar en el COMA.
Además de hacer la música de los grandes compositores vivos y de los recordados, hago la música que compongo yo. Dirijo mi grupo Losvo, con una propuesta de fusión (como no podía ser de otra manera).
Publicamos los siguientes discos: “Terramar” en 2007, “Canon y Caos” – Crítica en DiarioFolk – en 2013, y en el 2017 lanzamos «Tsedeke». Se han dejado escuchar en las principales emisoras de radio folk y algún videoclip fue emitido en TVE. Los discos se puede escuchar y/o adquirir en Bandcamp.
En el 2019 y 2020 he colaborado y grabado con músicos de muy diversas tendencias y colores. Rock con Mako, «Miradas» New Age con José Luis Serrano, Pop con Los imposibles.
Tengo suerte de que en el camino aparezcan compañeros dispuestos a compartir retos musicales. De cada concierto aprendo algo, y son la principal fuente de “inspiración” para ejercer después como profesor.
Y ahora…. a hacer música.